Sobre la felicidad

Trom
3 min readNov 10, 2022

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En la actualidad tendemos a creer que la felicidad es un sentimiento, una sensación o, como mucho, un estado psíquico. Más aún, ignoramos que esa es una opinión histórica, asumimos que en todos los tiempos y en todos los parajes eso ha sido la felicidad sin más. Creemos que feliz es aquel que experimenta un goce o, mejor, un placer; en consecuencia, lo contrario de la felicidad sería el dolor, de modo que alejarse del dolor y acercarse al placer serían equivalentes. Damos por obvia la definición hedonista de la felicidad, con algunas adaptaciones.

Todo esto no ha sido para nada obvio en la historia de Occidente. Al contrario, es una consecuencia tardía de esa historia, por lo que una ilustración histórica debería servirnos para relativizar nuestras creencias inmediatas y dejar de considerarlas como algo dado de una vez y para siempre.

Para comenzar, consideremos expresiones como “un feliz accidente”. Aquí la felicidad se entiende como algo que, fruto del azar, salió bien, felicidad es así la buena fortuna. Por eso existe también la expresión sinónima “un accidente afortunado”. Pensemos también en lo que los griegos llamaban makáron nésoi, que se traduce tanto “islas afortunadas” como “islas de los bienaventurados”, puesto que la fortuna y la bienaventuranza son lo mismo.

Para los antiguos, la felicidad no era en modo alguno una sensación de placer o deleite, sino una situación en la que nos encontramos, no era un estado del alma sino un modo como habitamos el mundo. Naturalmente, el hedonismo existió en la antigüedad, aunque perteneciente a una edad ya no mítica y ya no trágica. Pero, sobre todo, la diferencia con nuestra época tardía es que nosotros no concebimos otro tipo de felicidad que el placer, mientras que la antigüedad ni siquiera lo conoció como la interpretación dominante.

Mucho más típico de la noción antigua de la felicidad es hacerla corresponder con la areté, la virtud o excelencia. Del mismo modo que un feliz resultado es el que sale como creemos que “tiene” que salir, como algo que encaja bien, el hombre feliz es el que realiza sus funciones propias de hombre. Por supuesto, esto supone que hay funciones que un ser humano tiene que cumplir como su modelo y su fin, y esto es lo que nuestra idiosincrasia moderna repudia.

Los antiguos tendían a creer que hay cosas buenas. Hoy ya no lo creemos. Pero creer que hay cosas buenas implica que hay algo fuera de mí, fuera de cada uno, que tiene fuerza normativa y que sirve de punto de apoyo para todo lo demás. Nosotros, llegados tarde, hemos negado que tal cosa exista, y hemos querido edificar el mundo sobre nuestra subjetividad. Ese giro hacia la interioridad implica, p.ej., que los hombres somos ante todo sujetos de derechos, y que las obligaciones vienen después, principalmente como garantía de que el ejercicio de mis derechos, la satisfacción de mis deseos, no obture los de los otros. Pero por milenios, todo esto hubiera sido un disparate, del mismo modo que lo hubiera sido el aserto kantiano de que lo único absolutamente bueno es la buena voluntad. Concepciones más heroicas de la felicidad hubieran dicho que los hombres tienen ante todo deberes, y es feliz el que cumple con ellos, y los derechos vienen luego de haberlo hecho, como algo que se gana y se conquista, con lo que no es incompatible el dolor, actualmente considerado antítesis de la felicidad.

La felicidad se puede entender de un modo diferente al corriente hoy. Es posible entenderla como algo que está “allí fuera”, o mejor todavía, como un modo de estar nosotros allí fuera, como un modo de estar en el mundo. Incluso este es el motivo por el que muchas veces nosotros mismos no somos los mejores jueces de nuestra felicidad, ya que alguien que nos ve “desde afuera” puede apreciar mejor que nosotros mismos si somos felices. O bien, el motivo por el que hay que observar nuestra felicidad como si fuéramos otros, y por el que lo más frecuente es ver la felicidad como algo del pasado, la felicidad de la infancia, p.ej., porque la distancia temporal ya nos ha puesto fuera, nos ha hecho otros.

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Trom

Porque hacer hilos de TW es de mal gusto pero hay que decir cosas largas.